Hoy es el último sábado de mes y estoy en la peluquería por la mañana. María pasa sus dedos de agua y jabón por mi loca cabeza. Espero. ¿Qué espero? Una mirada a los labios que mantengo entreabiertos, una caricia al retirar la espuma de la oreja, un beso en cada párpado cerrado... Pero María tiene ausencia de mí, nunca responde.
Mientras, una chica lee una revista. Llaman a la Puerta. Ella se levanta a abrir y la oigo decir: esta peluquería es sólo de caballeros. Luego mira a María y se sonríen. La chica de agua y jabón sin ausencia en la mirada. Quiero empujarla contra su amiga. Con violencia. Verlas enzarzadas Cómo se besan. Cómo se muerden. Verlas destrozadas.
Pero en vez de eso, lo que veo es cómo mis dedos se van cayendo poco a poco. Debajo de mi manga asoman dos muñones ralos, parecidos a mi calva. ¿Cómo podré acariciar ahora a María o a su amiga o a cualquier mujer del mundo? Escondo mis muñones en el bolsillo, miro hacia el suelo y veo cómo sus tobillos estrechos se dirigen hacia el final de la peluquería.
Luego vuelve. Pasa a mi lado y no me mira. Mejor -pienso-, así no repara en mi ausencia de manos. Noto también que se me caen los pies, poco a poco, que no podré acariciarla de ninguna de las maneras. Se dirige otra vez a la chica y a mí sólo me queda la esperanza de dormir y soñar a María con la cabeza dentro del secador. El ruido nos centrifuga y nos convierte en una sola cosa soñada que da vueltas enloquecidas en la silla giratoria, mientras fuera, en la calle, algunos transeúntes miran al interior de la peluquería desde el escaparate sin reparar en las fotos de modelos ni en los fijadores. Se percibe, en cualquier caso, que ven girar la silla, pero no entienden.
Y es entonces cuando empiezo a imaginar. Ya no es el tacto sino la locura de mi imaginación amasando su cintura, la caída en catarata de la carne suave y blanda que imagino. María de mantequilla, María lamida con las lenguas de mi memoria, las mismas con las que devoraba helados y piruletas en el preescolar. Y dejo de ser viejo, mientras trepo por las montañas de sus caderas.
Hablemos de cuando tenía seis años. Estoy sentado en la cocina con mi madre que me ofrece una taza de chocolate. El chocolate está caliente pero también amargo. -¡Tómalo!- susurra con su voz agridulce mientras me tiende una mano. Pero no la tomo. Me mira ausente y se retira a su habitación. Pasan mil años. Desde la puerta entreabierta de su dormitorio veo como se desliza la lava china de satén rojo por su ladera izquierda. Nubarrones rizados avanzan sobre su rostro y caen, caen, caen. En la mesilla de noche hay unas tijeras de podar.
Tijeras pesadas, difíciles de manejar, tan distintas de las graciosas, las elegantes tijeretas de María que abren y cierran en el aire como piernas de bailarina. "¡Chis!", "¡Chis!", saltan, acercándose, rozando mi pelo ágiles y traviesas. "¡Chis!, ¡Chis!, a por ti vamos". Me dejo hacer, que venga lo que sea. Siento con un escalofrío su roce. Roce también del brazo, tibio brazo de chocolate mezclado con vainilla. ¿Cómo podría amargar?
La voz de María me devuelve de repente a la silla de barbero. Sus dedos surcando los cabellos me han hecho viajar, entre sabores y recuerdos, lejos de allí. Me mira esperando a que me levante y pague: eso es todo lo que quiere del pobre viejo. me froto la barbilla y finjo desazón. ¿Me afeitarías? María resopla y vuelve a ponerme el babero, airea su olor a nata alrededor mío mientras me enjabona, y es al asentar la navaja en el cuero cuando me mira sin encontrarme, con sus ojos perdidos entre pensamientos, para llegar, por fin, al momento anhelado, en el que el frío metal encuentra por primera vez mi garganta.
Ansío morir degollado si con ello alivio el rictus de dolor que ahora adivino en sus labios, la añoranza que destilan esos ojos que, desde el espejo, me clavan en la silla giratoria. Es una forma digna de devolver una porción minúscula del elixir de juventur que su ensoñación me proporciona. María, mujer de nata, chocolate y mantequilla, en un mundo de hombres, tertulianos perennes de fútbol y de toros.
2 comentarios:
Heide, en su Honda, me trae un Horizonte de sucesos... que junto al Cadaver exquisito prometen un inquietante fin de semana.
¡Plas, plas, plas!
http://sidecarlibros.blogspot.com/
Buenísima la historia, recién ahora he tenido tiempo de leerla completa y me encanta cómo quedó.
Publicar un comentario