Confiésalo. Como todo hijo de vecino, estás cansado de ser tú mismo. Todos los días la misma cara, los mismos problemas, el mismo jefe. Si tú no fueras tú, ¿quién serías? Cuéntanos cuál es tu personalidad oculta, tu personaje, y participa en el sorteo del último libro de Alice Munro, Demasiada felicidad. Ed. Lumen.
Plazo: hasta el domingo 13 de marzo.
Como fuente de inspiración, este texto de Oliverio Girondo
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mi, la personalidad es una especie de forunculósis anímica en estado
crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo me pregunto todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto... Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de transatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!,
cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseito al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Oliverio Girondo. Espantapájaros.
17 comentarios:
Que genio! Así se empieza un viernes agua-nieve, canejo!
Antes de ser yo fui muchas otras. A los tres años fui la pantera rosa, en el 73' Melody Fair, 74' Heidi, 75' la 99, 76' Nadia Comaneci, 77' la mujer biónica, 78' la maravilla, 79' la hija del capitán Grant, 80' la hija del capitán Stubing, 81' Jo March, 82' Amelia Earhart; pero en el 83' y por varios años fui Jennifer Beals…
Lista de indispensables para ser ella: hoodies, leggins, ropa asimétrica, superpuesta, manzanas, bicicleta, visitar a la abuela, ser marimacho pero sobre todo muy femenina, Vogue francesa, medias sin punta, pelo largo, rulos desenfadados, indian earth, bufandas imposibles, anotarme urgente en una academia de danza, convencer a mis padres de mudarnos a una fábrica abandonada, reemplazar a Loba por un Pit Bull; que nunca me falte una luz cential que refleje mi sombra perfecta en un suelo impoluto, ni un tanque de agua con cadena para refrescarme cada vez que vea al chico que me gusta.
Durante la juventud cometí la ingenuidad de pensar que era yo misma, aunque no me hubiese molestado ser David Bowie.
Hoy en día, ya en el ecuador de la adultez, no tengo ni idea de quién soy.
Mariana, ¡así no vas a poder participar del concurso! ¡Decídete, mujer de las mil caras!
Tengo el disfráz perfecto, soy el gato de todos mis relatos,el que observa cuando no comprende, el que bufa y araña cuando alguien me hace daño, el que ronronea y sonrie a su manera cuando mi vida pasa por una etapa armónica.
Vosotros también os transformais en gatos cuando la risa es conjunta o cuando lamemos las heridas de alguien querido.
Hay gatos más ruidosos y otros más tranquilos, juguetones y vagos,observadores y pasotas.
Yp desaparezco como en el cuento dejando como última imagen una sonrisa.
¿Qué pasó con los breves sobre la luna?
No recuerdo haber leído el fallo...
Pasado carnaval, fallaremos los tres concursos juntos: el de la luna, el del koala en el armario, y el de falsas personalidades. A ver, a participar... Un abrazo, Clara
OTRA Y EL MISMO
¿La ves allí sentada, a la orilla de la playa, las olitas subiéndosele por los tiernos muslos, el cubo y la pala, los moldes de hacer estrellas o caballitos de mar? Mírala como se levanta al oír vocear a lo lejos a aquella mujer, otra y la misma, que vestida de negro, con delantal blanco y cofia de puntillas, sostiene en el brazo un cesto de mimbre lleno de bolsas de papel satinado de vivos colores vendiéndolas al grito de: ¡Papera, paaaaaaapas!
Pues es la misma y otro que mucho antes, allá por los años treinta de este siglo, que le dicen, hacía de gerente en "El Español", cine que abría sus puertas en Tetuán, para entretener con su máquina de sueños a los comerciantes de paños de seda, los curtidores de pieles de cabra, los cacharreros del cobre, los tejedores de asientos de enea, y el en fin, el sin número de artesanos desparramados por las estrechas, blancas callejas de atrás de la Puerta de Tanger; pero también, y por qué no, otro y la misma que segaba romero, aquel mes de agosto en compañía de las chicharras, envuelta en olor de resina de pino, bajo un sol de justicia, mientras se calentaba el caldero en el río, para extraer de las plantas la esencia y luego llevarla al mercado donde otro y la misma, teléfono en mano, cierra negocio milmillonario en la bolsa, mientras aquél, otro y el mismo, baja los siete pisos de la mina y recorre la galería, mal apuntalada, en su noche sin fin, para ver de arañarle a la tierra el negro carbón que mueve la locomotora del progreso…
Irene.
Mira. No mírala.
A mi hoy me apetecería ser el Caballero Inexistente de Ítalo Calvino, aunque en lugar de una armadura llevaría un vestido color azafrán y sustituyendo el casco me cubriría con un velo de seda. En mi condición de nada, no padecería desamores u otras desdichas, más que la de no existir. Cambiaría mi escudo y mi espada por un cuaderno y un plumín y dedicaría mi voluntad a dibujar y escribir historias perfectas para las personas honradas y finales sombríos para los amargados infelices.
¿El texto del concurso de personalidades se pone como comentario o se manda a alguna dirección de correo como los anteriores concursos? Me encantan tus personalidades Mariana (parezco tu gemela). Mar Horno.
Mar, hay que enviarlo aquí mismo, así que no tiene que ser demasiado largo. Un abrazo, gemela.
En carnaval me quito el disfraz de pega que llevo todo el año y me dedico a ser yo misma por un día. Vivo a tumba abierta mi identidad oculta, silenciada y domesticada por las distintas máscaras de ser la madre amantísima, esposa solícita, trabajadora voluntariosa, hija obediente y prójima ejemplar, y me dedico a ser lo que realmente siempre quise ser: mala, mala, malísima de verdad. El día del entierro de la sardina, amanezco con las media rotas, una resaca del demonio, la mente amnésica de recuerdos, varios teléfonos apuntados en una servilleta arrugada, una factura de hotel astronómica y rastros de sangre en el maletero del coche. Rápidamente me ducho, me visto, limpio con lejía el coche y tiro al vertedero una llave inglesa ensangrentada. Cuando vuelven los niños del colegio ya tengo mi disfraz puesto de nuevo y estoy lista para recibirlos con una espléndida sonrisa . Mar Horno
Ando ligera y me cuelo en cualquier sitio sin esfuerzo.
Observo, observo, observo y me entrometo en la vida de los otros enredándolos en mi tela de araña: dejo una nota de desamor en la mesilla de la amante del amante; hago escuchitas al oído de el Presidente y tuerzo su discurso televisado; le doy la vuelta a la cara de los dados en una timba portuaria para que gane el ciego; pongo la zancadilla al gobernador del Banco de España, se golpea la sien, pierde la memoria y nacionaliza la banca; apago las luces del mundo a las 10.10h; abro las puertas de todos los zoológicos; proclamo el tiempo de los autonautas de la cosmopista; auyento a los notarios...
Soy la mujer invisible que escribe a diario cartas de amor sin destino, sin dirección.
Z.
Gracias, Mar! Leyendo tu texto me doy cuenta de que sí, podríamos ser gemelas! ¿Seremos uno de esos casos de hermanas robadas?
¡qué bueno ser la mujer invisible! la de travesuras que haría...
Con frecuencia adopto la personalidad de mis lectores. Es un juego que nos seduce a ambos porque terminamos sin saber quienes somos o mejor aún porque intercambiamos, robamos, falsificamos y, en definitiva, jugamos a ser otros. ¿Qué buscamos si no cuando escribimos o cuando leemos un libro tras otro? No ansiamos dejar de ser nosotros mismos y vivir otras vidas como aquellos otros que nunca seremos.
Me gusta ser tú. Me encanta levantarme, oler a café recién hecho y sentarme a leer. Tendré que pensar si te abandono o me instalo definidamente como tú en mi propia vida. Has de decidir si me acompañas.
Carnaval
Doblé la esquina y accedí a una calle empinada, estrecha y lóbrega. Resultaba milagroso que allí pudiese existir alguna tienda. Sobre un escaparate minúsculo rezaba un letrero: Abreu: chaquetas y atrezo. A la tienda- en semisótano- se accedía por una angosta escalinata. La estancia parecía tan anclada en el tiempo como el dependiente que se acomodaba detrás del mostrador de madera, quien se dirigió a mi apenas me vio: ¿Quería un traje de hombre invisible, verdad?. Me sentí aturdido. – Tengo justo lo que necesita. Mientras hablaba, mediante un garfio, extrajo, de entre una fila de trajes, uno envuelto en una funda de tela que apartó cuidadosamente. Pero si es un traje gris- musité- Póngaselo, me dijo de forma imperativa. Le garantizo- suavizó su tono- que es el auténtico traje del hombre invisible. Salga a la calle, camine; no responda a las preguntas que le hagan, no formule preguntas a quien se encuentre. En poco tiempo será un auténtico hombre invisible y podrá ver el mundo a su antojo.
Salí del establecimiento. Me crucé con dráculas, hombros lobos, conejos, gatos variopintos, extravagantes seres de pelo ensortijado de color violeta. Desde entonces deambulo mimetizado con el asfalto gris de la ciudad. Nadie me pregunta, nada requiero. Olvidado, invisible a los ojos de la gente, ando por ahí mirando.
Como ser humano soy una especie de antología de contradicciones, de gafes, de errores, pero tengo sentido ético. Esto no quiere decir que yo obre mejor que otros, sino simplmente que trato de obrar bien y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir indigno de dos cosas; el cielo y el infierno me quedan muy grandes. Jorge Luis Borges.
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