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14.9.11

¿Quién puede ser un buen escritor sin ser un buen lector? Entrevista a Clara Obligado, por Javier Morales Ortiz

Clara Obligado: "He tenido alumnos que dejaron el taller porque se leía demasiado. ¿Cómo podían pensar que llegarían a convertirse en escritores si no eran buenos lectores y críticos eficientes?"

Autora de varias novelas, libros de relatos y ensayos, Clara Obligado publicará en breve El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma). En esta entrevista nos habla de su experiencia como profesora de escritura creativa.
"Nací en Buenos Aires, en una familia de escritores, poetas y varones. Quería ser crítica literaria y estudié literatura, en la universidad tuve la suerte de tener como profesor a Jorge Luis Borges. En 1976, debido al golpe militar en mi país, me exilé en Madrid, donde resido desde entonces. No he escapado a mi destino, porque aquí me he convertido en escritora, pero mujer y prosista. Posiblemente, de no haber vivido el exilio, no hubiera sido escritora. Soy profesora de escritura creativa y adoro lo que hago".

Pregunta: Ahora es difícil encontrar a alguien que no acuda a un taller o escuela de escritura, pero cuando tú empezaste, en Madrid, casi eras la única, fuiste una pionera. ¿Cómo eran las cosas entonces y cómo las ves ahora?



Respuesta: Es gracioso, entonces tenía que defender la posibilidad de "enseñar" a escribir frente a mucha gente que ahora mismo imparte talleres de escritura. Había algún taller, uno dictado por el escritor chileno José Donoso, otro por el poeta Mario Merlino, que murió el año pasado. Fuimos atrevidos y trajimos, con la democracia incipiente, otra forma de ver la literatura: menos envarada, menos solemne, más democrática, por decirlo de alguna manera. Lo que se hizo luego en España es hijo de esa experiencia, aunque a muchos no les gusta demasiado reconocerlo. En realidad, los talleres tomaron cuerpo en el Círculo de Bellas Artes, a mediados de los ochenta, cuando el director de literatura, el poeta José María Parreño, nos confió a Mario Merlino y a mí varios cursos que resultaron muy exitosos. Yo había trabajado antes en la Universidad Popular, en Parla, en Acción Educativa, y también de forma independiente, pero creo que en ese momento los talleres comenzaron a ser visibles.
Es una etapa superada, por suerte. Los talleres son un lugar de debate muy interesante, de intercambio de lecturas, de crítica y de conocimiento de gente con tus mismos problemas. Por allí pasan muchos autores y muchos alumnos salen de ellos convertidos en escritores. Es una experiencia muy saludable para quien quiera escribir, aunque claro, no a todo el mundo le vienen bien.

P: La situación en países con otras tradiciones, como Estados Unidos, México o Argentina es radicalmente distinta. Gran parte de los grandes escritores han pasado por talleres, que se imparten en la propia universidad. De hecho, es una salida laboral para muchos autores, no como aquí, que hay que ir trampeando en empleos que no te gustan o escribiendo artículos para periódicos.

R: En España también son una salida laboral para muchos escritores, además de que cuestionan un poco el funcionamiento de la universidad. En Argentina también hay talleres en la universidad, y yo he dictado cursos en varias, por ejemplo, en la de Salamanca, la de Sevilla o la Autónoma de Madrid. Claro que las instituciones son un poco lentas en incorporar las nuevas tendencias, pero todo se dará. Lo que sí habría que plantearse es cómo se forma un profesor de escritura creativa, no se trata de un escritor que busca aumentar sus ingresos, es necesaria una preparación que no siempre se tiene. Hoy en día, quien busca apuntarse a un taller, tiene que informarse y ver qué se le propone. Hay talleres que están montados como auténticas academias, que ofrecen cientos de cursos. Yo he optado por otro perfil, que consiste en algo más íntimo, donde se acompaña a quien escribe de una manera próxima.

P: En relación a esto, leí hace poco una biografía de Raymond Carver, quien siempre reconoció que gran parte de lo que había aprendido se lo debía a uno de sus maestros, Joseph Gardner. El biógrafo cuenta cómo en Estados Unidos, en los años setenta y ochenta, se produjo un boom del relato, hasta entonces un género menor cuyo destino principal eran las revistas. Y que en ese auge del relato tuvieron mucho que ver dos cosas: el éxito de The stories of John Cheever y la proliferación de talleres literarios en torno al cuento, que habían formado escritores, pero también lectores. ¿Qué opinas?

R: En España hay una situación similar, aunque sigue siendo un país refractario a la aceptación del relato como género de primer nivel. No del relato norteamericano, que sí se vende y se lee, sino del relato que se produce aquí, que es, hoy en día, muy interesante. Hay editoriales, como Páginas de Espuma, que sólo publican cuentos y que tienen a su alrededor un movimiento muy fuerte. Hay debate en los talleres. Cuando publiqué Por favor, sea breve 2 descubrí que el movimiento en torno a la minificción en este país es muy potente, y sucede en torno a los talleres.

P: Antes de aprender a escribir, uno aprende a leer, ¿no?

R: Es interesante lo que me preguntas. Este año tuve algunos alumnos que dejaron el taller porque se leía demasiado. A mí me dejó un poco atónita su crítica, puesto que no se trataba de gente con grandes lecturas, sino más bien, lo contrario. ¿Cómo podían pensar que llegarían a convertirse en escritores si no eran buenos lectores y críticos eficientes? Aprender a escribir es aprender a leerse, y aprender a leer es aprender a escribir, no existe una cosa sin la otra, si hablamos seriamente.
P: Has conseguido vivir de la literatura, algo difícil en nuestro país. Aparte de tu labor docente, eres autora de varias novelas y libros de relatos. También eres "editora" y una de las principales impulsoras del microrrelato. ¿Crees que la novela ha muerto, que el relato ha muerto, que ya sólo nos queda el microrrelato? ¿En qué género te encuentras más cómoda?

R: No, no creo que la novela -que por cierto, ha sido enterrada y resucitada varias veces- haya muerto. Creo, sí, que estamos en un momento difícil, similar al de la aparición de la imprenta, con las nuevas tecnologías, el e-book, la falta de un marco legal para internet. Creo también que la crisis está arrastrando los presupuestos para cultura, en un país que, por su historia, ya ha sufrido mucho en ese sentido. Menos talleres, menos libros para las bibliotecas, menos encuentros con escritores. Todo eso se va a pagar, a la larga, y con un precio doloroso que no tiene nada que ver con el dinero sino con el nivel cultural. Es una pena, realmente, porque se había avanzado mucho, me toca verlo desde cerca y me entristece.
En cuanto al microrrelato, es un género hijo de nuestra época, aunque tiene una larga tradición, sobre todo en oriente. Por fin está instalado y gusta mucho a los jóvenes: creo que se adapta muy bien a los nuevos soportes.
Respecto a mi propia escritura, acabo de terminar un libro de cuentos que se llamará El libro de los viajes equivocados. Estoy contenta con lo que he conseguido, aunque el lector dirá. Me gusta también escribir novela o ensayo, no escribo minificción, me parece demasiado difícil.

P: ¿Cómo ves la irrupción de internet en la literatura, tanto a la hora de publicar, de leerse unos a otros, como la constante amenaza de que acabará con el libro de papel?

R: No creo que el libro en papel desaparezca. El propio Billy Gates decía que era un buen soporte, y es verdad. No va a desaparecer para la gente que ha sido formada con los libros. No sé qué pasará con la gente más joven, mucho más acostumbrada a las pantallas. En todo caso, no es la literatura la que está amenazada, de una u otra manera, seguiremos contando historias. Aunque sin duda un cambio de soporte es un cambio en la escritura misma.

P: ¿Se escribe demasiado hoy en día? ¿Se publica demasiado?

R: Hay una fuerte crisis editorial, con lo que diría, sin miedo de equivocarme, que hoy por hoy se publica muy poco. Hay también un problema en la forma de comercializar los libros, que ha sido llevada a norma por los grandes grupos, y que consiste en el éxito rápido, cuando eso, en un libro, es un auténtico disparate. Por suerte están apareciendo pequeñas editoriales con propuestas menos comerciales, menos agresivas. Vender libros no es igual que vender chorizos, es algo bastante más sofisticado. Aunque hay que venderlos, claro, porque si no no vive el editor, no vive el librero, y se mata la literatura, que no encuentra canal de salida. En ese sentido hay que revisar ese prejuicio bastante extendido sobre los derechos de autor. La piratería puede terminar con la cultura más sofisticada, y con ello perdemos todos. El problema es tal vez quién tiene que pagar. Boicotear al creador es algo muy poco inteligente. Pero me he ido un poco de tema, me preguntabas si se publica demasiado. Creo que el problema reside en qué se publica, no en cuánto se publica. Y en cómo se hace para que un libro llegue a sus lectores, que no son los mismos para cada texto: no es lo mismo el lector de best-sellers, por ejemplo, que el lector de Eloy Tizón, por ejemplo, un cuentista sofisticado y magnífico. No digo que una cosa sea mejor o peor que la otra, sino que hay que encontrar la manera de que ambos tipos de escritura lleguen a sus lectores naturales.

P: Dime diez autores que un joven escritor no debería dejar de leer.

R: Es una lista que varía según lo que estoy leyendo, y sólo menciono cuentistas: leería a Alice Munro, a Borges, a Truman Capote, a Hipólito Navarro, a Isak Dinesen, a Kafka, a Carola Aikin (una cuentista para mí buenísima, que pronto sacará otro libro), a Clarise Lispector, a Cortázar, claro, a Flannery O'Connor, a Maupassant, no sé, podría ser una lista eterna, siempre es un poco caprichoso elegir autores, pero con ninguno de estos vas a llevarte una desilusión.

P: ¿Qué consejos darías a los jóvenes escritores (o no tan jóvenes) que quieren dedicarse de lleno a la literatura?

R: Que sean modestos, que crean en lo que escriben, que lean a sus pares. Que no se desanimen.

6 comentarios:

Sebastián dijo...

Muy buena la entrevista...

Carmen dijo...

Me gusta mucho la entrevista, le da mucha consistencia y seriedad el tema de los talleres, te felicito.

Irene Sasa dijo...

Añoro poder asistir a los talleres presenciales. Siento que por internet me pierdo la oportunidad de debate, la riqueza de los intercambios, la presencia y complejidad de las relaciones entre talleristas, las papas y cenas, los encuentros y presentaciones, el mundillo, el tú a tú.
Pero ya que no es posible ta gueno este espacio. Thanks.

He leído mucho desde chica. Aún no había aprendido del todo a leer y me esforzaba por deletrear, al paso, los anuncios y nombres de las calles. Luego fui gran coleccionista de tebeos y más tarde leía las novelas baratas de mis padres: novelitas policiacas, folletines y el Reader's Digest! Cualquier cosa que pillara. En el Reader's Digest conocí a los hermanos Marx, a Groucho sobre todo. Solo por eso guardo un grato recuerdo...

Cuando pude empezar a comprar mis primeros libros tiraba de instinto. A Kafka lo encontré en una incursión punible en la biblioteca del colegio de monjas al que asistía. Allí vi por primera vez fotos de campos de concentración y fosas comunes de judíos alemanes. Las fosas de Catín. No he olvidado nunca los sueños que me provocaron esas imágenes. Irónicamente, por aquél entonces, las lecturas que nos recomendaban las monjas se reducían a tebeos de "Vidas ejemplares"...
No sé por qué os cuento esto. No sé cómo me convertí en una lectora voraz en aquél entorno. De echo tenía ya a los seis años una biblioteca secreta en un doble fondo del cesto de la ropa sucia que me monté para leer a escondidas ya que mi padre me prohibía la lectura de cualquier cosa que no fuera un texto escolar... Ahora comprendo que sin la complicidad de mi madre no hubiera podido disfrutar de aquellos encierros en el baño. La bañera vacía era mi sillón de lectura. Pensàndolo bien y dado que aquello se prolongó hasta la adolescencia y más allá no comprendo que no sospechara. Se quejaba, sí, de mis largos baños y de que me pasaba la vida encerrada allí pero quizá lo consentía porque era un maníaco de la limpieza o porque llegaba tarde a casa y no sabía que llevaba dos o tres horas en remojo -en ese caso salía arrugada como una pasa sobre todo los dedos de los pies, prácticamente despellejados.
Sin embargo, a pesar de que nunca deje el vicio de leer no me considero una buena crítica y lo echo de menos. Hubo un tiempo en que asistí a una tertulia con un grupo de mujeres. Aquellos encuentros me proporcionaron una mayor fluidez y confianza como comentarista.
Por eso añoro tanto poder acudir a esas tertulias vuestras.

I.

Clara dijo...

Es muy bonita tu historia, me gusta que seas una lectora en la bañera (muchas lo hemos sido), y que las monjas te llevaran ¡a Kafka! Y creo también que no hay distancia si escribimos, si leemos. Un abrazo muy fuerte, Clara

Mariana Grekoff dijo...

Yo pasé de Mujercitas y todo lo que venía en la colección Robin Hood, a la ciencia ficción pura y dura de mi padre: Las nosecuántas generaciones que pasan en las fundaciones de Asimov, sucedieron en menos de un verano del patio de mi casa.
Creo que en enero del 80 leí Heidi y Peter, en febrero La naranja mecánica y en marzo El cero y el infinito... El libro que más me gustó en esa época fue Más que humano, de Theodore Sturgeon. En algún momento volveré a leerlo.
Aunque suena muy apetecible, nunca se me hubiese ocurrido leer en la bañera, en casa había libros y lugares para disfrutarlos por doquier.

¿cuándo empezamos, Clara?

Clara dijo...

Empezamos la primera semana de octubre...