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27.4.11


Punto de partida de Andrés Neuman:

María tiene: tobillos finos, cintura gruesa. no sé muy bien por qué, eso me encanta. No los tobillos finos. La cintura gruesa.
Maria tiene: una peluquería, pocos clientes. Yo soy el más antiguo, o casi. Eso no quiere decir que yo esté viejo. Pero casi.
Casi tan viejo como el libro que leo por las noches, libro fino, letra gruesa. Es lo único que puedo leer ya. Los demás pesan en la cama y si tienen letra pequeña, se convierten en moscas impávidas. No es que avance mucho en la lectura, llego a casa derrotado, pero al menos, en ese tiempo, pienso en ella, en María, que, aparte de tobillos y cintura, tiene piel de chocolate y nata. Más nata que chocolate. Al menos, así me imagino su sabor.
Me imagino su sabor porque María siempre se ha negado a acceder a mis proposiciones. ¡Un solo lametón! -le ruego-; de una oreja a la otra resbalando por la frente, dejándome caer por las aletas de la nariz hasta el labio superior, el inferior, derrapar la cascada de su cuello, hacer un alto en las tetas -dos altos, en la derecha y en la izquierda-, nadar a favor de corriente hasta el ombligo, echar ancla en el mar de los sargazos rizados, amanecer en los muslos y dar un pellizquito feliz al dedo gordo del pie antes de la despedida. Pero no lo consiente, ni siquiera pagando.
Ni siquiera pagando. Eso me dice. Porque a mí nunca me cobgra. Ella es muy suya para esas cosas, muy profesional, y cuando se enamora no permite bromas con la plata, no señor. El amor es con los amantes y el negocio con los clientes. Por eso nunca llevo nada en los bolsillos, apenas unos caramelos.
Ser el más antiguo, o casi, de sus clientes, me concede una serie de prerrogativas. Ni María me las ha dado, ni yo me las he tomado. Pero lo cierto es que me pertenece el mejor lugar, la silla giratoria y abatible del fondo de la peluquería, desde donde María me deja contemplarla a mis anchas, su ancha cintura removiéndose como un calamar bajo la bata mientras se inclina solícita sobre un cliente.
Me gusta cortarme el cabello en la peluquería de María. Tengo poco. Los años han ido esquilmando mi poblada cabellera hasta dejarla rala. Por eso prefiero llevarlo muy corto. Me encanta que me lo arregle María. Parece ser que ese será el único contacto físico que me estará permitido. Ese y el afeitado. me gusta que sus manos acaricien mi cara. Sus manos suaves, regordetas, alegres, expertas. A veces, cuando me está apurando la barba fuerte, mi cabeza reposa en sus tetas. Es un placer. Cada mes regreso para sentirlas. ¡Triste consuelo!


(Continuará...)

2 comentarios:

Irene Sasa dijo...

¡Esta gente no para de inventar modos y maneras de empujarnos a escribir!
Me gusta. ☝(facebookiana)

Clara Obligado dijo...

obsesivos que somos...